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Mostrando entradas de abril, 2015

Matar

Una riña en una calle de Bogotá termina con un perro muerto; un reclamo por el nivel de la música en una fiesta en Bogotá termina con un muerto; una fiesta de Halloween entre yuppies bogotanos termina con un muerto; la llegada de un joven a Medellín a celebrar el año nuevo termina con él muerto; una rumba en un bar de Cali termina con ocho muertos; la reclamación de una líder de víctimas en Medellín termina ella muerta; el retorno de un periodista a su pueblo en Antioquia termina con él muerto. Los relatos de los colombianos están cruzados por la violencia. Pero no hablo de una fuerza externa que nos posea, del etéreo ‘mal’ de los creyentes, sino de una aparente necesidad de matar, de unas ganas que llevamos en las venas de arrancarle la vida a los otros. Desde la ventana por la que se escapó Bolívar de una cita con la parca, pasando por el fusilamiento de Policarpa Salavarrieta y los hachazos que mataron a Rafael Uribe Uribe, hasta bombas inteligentes que mataron a Alfonso Cano,

Aplausos al sanguinario

Una mañana del 2006, Salvatore Mancuso, entonces líder desmovilizado de ocho bloques de las Autodefensas Unidas de Colombia, se paseaba por un centro comercial del exclusivo sector de El Poblado, en Medellín. Quien se suponía debía estar concentrado en el municipio de La Ceja junto con otros jefes paramilitares, salía como un dandi de shopping y se paseaba con Kenia Gómez, viuda de Carlos Castaño. A su paso por los corredores, se empezó a escuchar un aplauso, fuerte, contundente, de parte de los trabajadores y visitantes de la crème antioqueña que reconocieron el cuerpo grande, la barba incipiente y el caminar cansino de Mancuso. Clap, clap, clap. Salvatore Mancuso, hallado culpable de más de 609 desapariciones y 87 homicidios en persona protegida, el líder de una banda de matones que estuvo detrás de 405 desplazamientos forzados, 150 casos de reclutamiento ilícito, y más de 14 mil víctimas en el norte del país fue aplaudido como si se tratara de un prohombre o quizá una estrella

Je suis hypocrite

La muerte de uno de los nuestros, duele. Cuando la parca se nos aparece de repente desde la nada y de un golpe nos reclama a nuestros seres queridos, sentimos el dolor y el vacío; la rabia con el azar de la muerte que siempre hemos negado. Biológica y psicológicamente n os duele porque a ese padre, esa madre, ese hermano, ese amigo lo tenemos atado a nuestra existencia, tallado en la memoria a punta de experiencias. Es natural ese dolor, tanto como el amor de una madre por su hijo; no hay nada meritorio en replicar la compasión que los genes nos introducen y la tradición nos enseña. Como especie hemos aprendido a desprendernos del dolor de nuestro círculo íntimo y extenderlo a otras regiones del mundo e, inclusive, a otras especies. Una temporada seca en el Casanare mata a miles de animales y nuestra sensibilidad se exacerba. A falta de un dios al cual implorar por gotitas de lluvia, maldecimos e imploramos al gobierno. Un pelmazo desenfunda un arma, mata un perro en medio de la ca