Ir al contenido principal

Mal periodismo (I)


Da asco el periodismo colombiano. Da asco, muy a pesar de tantos grandes periodista que existen en los grandes medios masivos de comunicación, justamente por éstos últimos.

Decía alguna vez Miquel Rodrigo, hablando de terrorismo y medios de comunicación, que el periodismo es, en cierto modo, el termómetro de la sociedad. Entonces, el periodismo, por extensión de una sociedad enferma, asquerosa y purulenta como la colombiana, da asco.

Basta con dirigirse al televisor, el computador, el periódico o el radio para darse cuenta, con un poco de ojo avezado, de la pestilencia de los grandes medios. 'Culitetas' presentando noticias cada vez más banales y más agresivas con la privacidad de las personas públicas al final de cada noticiero; narradores deportivos con pueriles guiones corporativos en todas las emisiones; diarios cada vez más genuflexos; voces radiales cada vez más depravadas y omisiones convenientes de información, demuestran que el periodismo colombiano ha vendido su conciencia. El periodismo ha mostrado el hambre por publicidad y se ha llenado con lo fácil: con lo superficial.

Y no hablo de afrentas al mínimo buen gusto como Espacios, Chivas u Hoys. De por sí su forma de hacer prensa tiene un estilo definido y esa es su apuesta; igual el rojo, amarillo e inclusive la depravación puede ser una opción de vida.

Hablo más bien de esos Erreceenes y esos Caracoles que han dejado atrás unos mínimos de calidad por llenar sus espacios con comerciales y autopromociones. Hablo de esos Mundos, Tiempos y Colombianos que editan desde Palacio, siguiendo dictados de cuanto Santo o Mesías se les atraviese. Hablo de esos medios canales progobiernistas que satanizan a las guerrillas -y no digo que esté mal hacerlo-, pero que atenúan y echan más tierra a las fosas de los paras. Hablo de esos medios que se asombraron con tanto pendejo -o desesperado- atrapado en una que otra pirámide (está bien, fueron varias), pero que no se dignaron a hablar de las pilas de cuerpos despedazados, propias de las declaraciones de los jefes de autodefensas. Hablo de esos medios que no hacen seguimiento: de los que van cada año a la Mojana sucreña a cubrir (¿qué se esconde detrás de esos cubrimientos?) las inundaciones, pero que sólo lo hacen cuando ya hubo muertos. Hablo de esos medios de rodillas callosas, que se azotan frente a uno que otro caudillo malévolo con ínfulas de estadista montado en un 80 porciento de engañoso favoritismo.

No hablo pues, antes de que me crucifiquen sin justa razón (aunque seguro lo harán, de algo se podrán quejar), de los todos los comunicadores. No puedo acusar abulia o cerrazón en la mayoría de los periodistas sino en los medios: de esos que están necesitados de los centavitos que le puede dejar la publicidad; de los que no hacen periodismo, sino el más mundano, deleznable y vulgar mercantilismo de información.

Sé, a pesar de mi aparente tremendismo, que siendo corresponsal se corren riesgos, y que hay que cuidarse. Obvio después de Cano y Garzón. Pero eso no implica que se tengan que esconder bajo sus cobijas(medios o periodistas), con miedo de mirar al monstruo a los ojos, y vender desde allí lo fácil: aquello que no levanta ampolla. Entiendo, aclaro, el miedo de los periodistas; están en su derecho a escoger, pero no comparto la negligencia de los medios en su deber de comunicar y que además lo hagan convenciéndonos de que esa verdad, su acomodada verdad, es la universal.

La solución, a pesar de esta ojeriza, por el momento está lejos de las manos del de a pié: informarse más, leer más y exigir información de mejor calidad y, ojalá, cada vez menos acomodada es lo único que se puede hacer con tal de validar ese derecho a estar bien informado. Esa, si se quiere, es otra elección, pero que afortunadamente no está en los grandes medios.

Comentarios

Entradas populares de este blog

LA MATA QUE NO MATA

A más de 15 años desde la muerte del capo de capos, Pablo Escobar en el tejado de una casa en el occidente de Medellín, Colombia muestra no haber aprendido las lecciones de una guerra perdida: la guerra contra el narcotráfico. Muestra de ello es que desde hace ya unos meses se viene escuchando en la radio una cuña en la que una dizque niña con dice con vocecita risible “no cultives la mata que mata”(?). Me molesta porque semejante tanto la niña como cuñita son falaces, idiotas, irresponsables e indolentes. Falaz porque ningún árbol, arbusto, fronda, ramaje, matojo, pasto, mata, maleza, o como quiera que le llame, mata. Realmente matan (y torturan, y despedazan) quienes quieren defender sus plantíos de esa mata, laboratorios en donde se la procesa y negocios por medio de los cuales se vende, tal y como lo hiciera Escobar en su tiempo y la guerrilla y paramilitares hacen actualmente. Basta con recordar las decenas de carros bomba que el Cartel de Medellín hizo explotar en la capital pa

El otro debate de género

Las últimas décadas han dejado un reconocimiento cada vez más importante en los derechos de las mujeres. Las campañas contra la violencia doméstica, la discriminación salarial y en favor del reconocimiento de los derechos sexuales y reproductivos les han garantizado a una porción cada vez más grande de mujeres una serie de beneficios que les eran negados. Aunque falta mucho por hacer. Las mujeres siguen sin tener pagos equivalentes a los de los hombres por idénticos trabajos; tienen jornadas más largas dentro y fuera del hogar que sus compañeros hombres y son objeto de agresiones físicas, verbales y sexuales en distintos escenarios de la vida mientras que la justicia no procesa a los atacantes. Además, son presionadas para cumplir estándares culturales de belleza homogeneizantes, son tratadas como objetos sexuales y, lo que es la peor muestra de hipocresía como sociedad, son tratadas como 'putas' cuando expresan su erotismo de manera libre. La lucha por los derechos de las

Matar

Una riña en una calle de Bogotá termina con un perro muerto; un reclamo por el nivel de la música en una fiesta en Bogotá termina con un muerto; una fiesta de Halloween entre yuppies bogotanos termina con un muerto; la llegada de un joven a Medellín a celebrar el año nuevo termina con él muerto; una rumba en un bar de Cali termina con ocho muertos; la reclamación de una líder de víctimas en Medellín termina ella muerta; el retorno de un periodista a su pueblo en Antioquia termina con él muerto. Los relatos de los colombianos están cruzados por la violencia. Pero no hablo de una fuerza externa que nos posea, del etéreo ‘mal’ de los creyentes, sino de una aparente necesidad de matar, de unas ganas que llevamos en las venas de arrancarle la vida a los otros. Desde la ventana por la que se escapó Bolívar de una cita con la parca, pasando por el fusilamiento de Policarpa Salavarrieta y los hachazos que mataron a Rafael Uribe Uribe, hasta bombas inteligentes que mataron a Alfonso Cano,