Hace poco, conversando con una familiar de fina pelambre uribista, me encontré nuevamente con que “hay que agradecerle mucho a Uribe” puesto que, dicho sea de paso, “ha sido el mejor Presidente que ha tenido Colombia”.
Con el fin de marcar mi disenso con argumentos y no ser señalado como un paria —puesto que oponerse a la figura de Uribe puede convertirlo a uno en un opositor, en un ‘idiota útil’, o ‘en un terrorista vestido de civil’— traté de matizar tales expresiones al decir que hubo un sinnúmero de actuaciones del Ejecutivo en los últimos ocho años que, si bien no fueron sancionadas en su momento, deben ser analizadas.
Sirvió de poco. Ella estaba obnubilada por la figura presidencial. Tuvo el atrevimiento de sostener que casos como las chuzadas del DAS, precedidas por las de la Sijín, la parapolítica, las ejecuciones extrajudiciales, los enfrentamientos con las altas cortes, la irregular asignación de fondos públicos con Agro Ingreso Seguro, el bombardeo a suelo vecino, la irregular captura de ‘Granda’, el atraso en la infraestructura vial, la avara ruptura de la cadena de custodia sobre el computador de ‘Raúl Reyes’, el pago de favores políticos con notarías, la errada asignación de Carimagua a empresarios palmicultores, la paralización de la agenda del Congreso por cuenta del referendo reeleccionista, la yidispolítica y las altas cifras de desempleo eran invención de opositores que le endilgaban cosas que no le corresponden.
¿Ah sí?, me pregunté yo y maldije su inocencia mientras evadía la obligación de explicarle la responsabilidad en cada uno de ellos por parte del huésped de la Casa de Nariño.
Preferí no pelear; supe que ella no era terreno apto para la discusión con argumentos sino que terminaríamos igual de opuestos pero un poco más molestos. Opté por respetar el hecho de que ella, al igual de cientos —y por qué no, millones— de personas satisfechas con un gobierno altamente ineficiente saldrá a darle un muy feliz cumpleaños al “mejor Presidente de Colombia”. Yo, mientras tanto, cuestionaré que así sea. Eso sí, en caso de que así fuera, sería fácil concluir “¡qué pobre es nuestra historia republicana!”.
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