A quienes apoyamos la idea de terminar el conflicto armado por medio del
diálogo y no a través de la sangre y las armas, no tienen que convencernos de
que las Farc es una organización criminal. No es necesario que nos recuerden
Bojayá, Mitú, El Nogal, Las Delicias y muchos hechos delictivos más para darnos
cuenta de que no son las carmelitas descalzas.
Partamos de allí entonces. Nadie medianamente sensato en el país sería
capaz de olvidar la barbarie de la guerra, barbarie de la que las Farc es sólo
una de los responsables.
Quizá somos más conscientes del daño que implicó para nuestra sociedad más
de 50 años de guerra y por ello nos oponemos al conflicto. No es necesario que
nos recuerden las cuentas de la guerra: los más de 3.700 pueblos destrozados por las tomas guerrilleras; los 1
millón 100 mil niños víctimas; los cerca de 17 mil desaparecidos; los
centenares de hombres y mujeres de la Fuerza Pública que han perdido la vida en
las selvas del país; los cientos de campesinos que fueron raptados de su territorio
para empuñar las armas y los 5 milllones 700 mil que fueron expulsados por
quienes fueron sus vecinos, ahora de camuflado. No es necesario.
Para muchos colombianos el basto prontuario criminal de las Farc puede ser
motivo suficiente para prescindir de cualquier iniciativa del diálogo. En su
cabeza parece tatuada la pregunta de por qué negociar con una organización que
le ha hecho tanto mal a los colombianos, y es comprensible. Indignados,
escriben "¡Es una payasada!", "¡están engordándose en La Habana
mientras aquí siguen matando!", "¡no se puede negociar con
terroristas!"
Quienes respaldamos la idea de negociar con las Farc, lejos de estar
apoyando la cuestionable administración de Juan Manuel Santos, y aún más lejos
de respaldar los ataques de la guerrilla, rechazamos la idea de seguir
matándonos por costumbre. No aceptamos esa fórmula facilita de las redes
sociales de 'hay que matarlos porque ellos nos mataron'.
Pero la idea de que eliminar o capturar hasta el último guerrillero es
improbable. Ello implica una derrota militar de la guerrilla y, como asegura la
Escola de Cultura de Pau a través del Anuario de
Procesos de Paz de 2014, "de los conflictos finalizados en los últimos
treinta años (54), 43 lo han hecho mediante un acuerdo de paz (79,6%) y 11 con
victoria militar (20,4%)".
Dirán entonces que la guerrilla no tiene voluntad de paz. Es difícil convencer
a otras personas de lo contrario cuando continúan los ataques a la Fuerza
Pública y a la infraestructura, así como cuando se mandan discursos con una
dialéctica cargada para muchos de cinismo.
Pero dicha falta de voluntad también podría verse del lado del Estado.
Según cifras de la Escola
de Cultura de Pau, “En lo corrido del año 2014 (…) el conflicto armado ha
producido un mínimo de 126 víctimas mortales, de las que 69 (un 54.8%)
corresponden a miembros de las Farc, y 35 a miembros del Ejército o la Policía
(27.8%)”.
Tal vez nos
falta ver el conflicto con algo de distancia y no lamentar la suerte de sólo un
bando de los guerreros. Como dice Vicenc Fisas, “hay que considerar siempre a
todas las víctimas, no sólo a las de un lado”.
Puede ser que quienes nos oponemos al discurso de la guerra desde donde
provenga, simplemente no queremos ser el último muerto de un conflicto que lo
más sensato es solucionarlo a través del diálogo.
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