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Privacidad muerta

En medio de un maremágnum de teléfonos inteligentes, redes sociales y aplicaciones útiles hasta para vender un riñón a través del internet, fuimos cavando la fosa en la que ahora enterramos la privacidad.

El País/AP.
En un suicida arrebato de valentía, Edward Snowden, otro de los hijos de esta revolución tecnológica que podríamos llamar también revolución nerd, nos despertó del sueño tecnológico en que nos habíamos metido abusando de nuestra inocencia con una cachetada de realidad. 

Según reveló Snowden a The Guardian y The Washington Post, la otrora misteriosa NSA y el FBI tuvieron acceso los servidores de Facebook, Google, Apple, Twitter, entre otros gigantes de Silicon Valley con el fin de monitorear los movimientos y contactos de los usuarios.

No es la primera vez que vemos la cara fea de Estados Unidos (ya habíamos visto parte de ella con los cables filtrados por Bradley Manning a Wikileaks) pero tal vez necesitábamos un baldado de agua fría para enterarnos de que entre entre el dispositivo en el que usted lee esto y mi computador hay más ojos.

Ya lo sabíamos parcialmente, porque mientras los gobiernos se empeñaron en convencernos de que los chicos malos estaban tras los ceros de nuestras cuentas bancarias o de los secretos de las empresas, ellos, los que ingenuamente supusimos como chicos buenos, miraban sin que lo supiéramos nuestras fotos, amigos y demás fruslerías que sistemáticamente compartíamos por redes sociales, averiguábamos por los buscadores y comprábamos por internet. Pero claro, tenían una buena razón.

Si confiamos una última vez en lo que nos dicen, si oímos esta vez la excusa de la ‘guerra contra el terror’ que se inventó George W. Bush y que Obama ha sido incapaz de desmontar, si aceptamos que es legal ese poder omnímodo para espiar, ese tirano algoritmo que recogió de manera aleatoria metadatos violando nuestra intimidad pudo proteger vidas en Estados Unidos y el resto del mundo de ataques terroristas (¡vaya palabrita!).

Pero más allá de lo que pudo lograr en materia de seguridad, esa intromisión más que dejarnos desnudos, como indicó Ai Weiwei, evidencia que lo hemos estado voluntariamente hace mucho tiempo. Antonio Caño asegura que “Hoy la privacidad es objeto de ataque constante e impune”, y tiene razón: con cada formulario que llenamos, con cada foto que compartimos, con cada video que grabamos, la enterramos.

Tal vez el 11 de septiembre cambió el mundo más allá de Irak o Afganistán. Ese 11 de septiembre -y más que todo la paranoia que desató después- abrió la puerta para una sociedad en la que somos conscientes y aportamos para ser vigilados.

En su defensa frente a los cuestionamientos que generó Snowden, Obama señaló una verdad a la que de manera incómoda nos estamos acostumbrando: “no se puede tener el 100% de privacidad y el 100% de seguridad” .

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