Cinco años después de la salida de Álvaro Uribe Vélez de la Presidencia de la república, su voz aún retumba en la política nacional. A diferencia de otros expresidentes que una vez terminados sus periodos optaron por un relativo periodo de silencio en la vida pública, Uribe no se resignó a un papel secundario una vez salió de la Casa de Nariño.
Su conocimiento de la mecánica interna de los medios, así como sus pronunciamientos explosivos no son argumentos suficientes para explicar por qué sigue siendo un personaje determinante para el país. Es más, sus posiciones radicales serían irrelevantes y no tendrían mayor eco en la cabeza de muchos ciudadanos si no fuera él quien los hiciera. Al fin de cuentas, no son las idioteces dichas por un cualquiera que las que digan Trump o Uribe.
Una explicación está en la fórmula neopopulista, usada por Uribe, Chávez, Correa, Morales y Kirchner en Latinoamérica. En Colombia, durante sus 8 años de gobierno, Álvaro Uribe hizo uso de un discurso personalista y paternalista; usó un discurso supuestamente escindido de las élites locales; polarizó el país al dividirlo entre "ellos", los terroristas, y "nosotros" la gente de bien.
Pero uno los motivos por los cuales él conserva buena parte de su poder podrían coincidir con aquello que lo hizo fuerte durante sus ocho años de gobierno: el miedo.
Desde su llegada a la Presidencia montado en una ola de indignación contra las Farc, Uribe se alimenta del miedo y a la vez lo alimenta. Por métodos distintos, la guerrilla y él han usado el terror como arma política. Mientras los guerrilleros pretendían desestabilizar el país y generar terror en la población con una serie de atentados contra la infraestructura, Uribe ha hecho pretendido desestabilizar al actual gobierno exagerando la "amenaza terrorista" e insistiendo en que los diálogos de La Habana buscan entregar a la guerrilla el poder.
Durante su mandato, las Farc fueron reducidas a simples "narcoterroristas" y las oenegés críticas a su gobierno y la oposición no eran más que "terroristas vestidos de civil". Con su excesiva aparición en medios, en un mar de profunda 'farandulización' del cubrimiento periodístico de la política, Uribe se consolidó con la imagen de un gran líder.
Habló duro en un país casado con la idea de que gritar es mandar. Insufló miedo a opositores, legales e ilegales, con las Fuerzas Militares y el DAS.
Aunque las cifras señalan que durante las últimas dos décadas el grueso de las muertes violentas del país proviene de las ciudades, que los principales responsables del desplazamiento fueron los paramilitares, él puso a las Farc en el primer lugar de la agenda. Eso sí, con su arma favorita: el terror. Vendió la idea de que la guerrilla estuvo por tomarse el poder y que fue él quien salvó al país de la catástrofe. De la hecatombe.
Una vez Juan Manuel Santos llegó a la Casa de Nariño y empezó a distanciarse (no hay político sensato que llegue al poder para ser la sombra de quien ya no lo tiene), Uribe ardió en cólera. Sin ningún atisbo de vergüenza señaló a Santos de traidor y sus seguidores acríticos compraron la teoría.
Cuando empezaron los diálogos de La Habana, sin conocer una coma de los acuerdos entre los negociadores, el uribismo dijo que Santos estaba preparando la llegada de la guerrilla al poder. Sí, Santos, el oligarca el de millonaria finca en Anapoima, el de los cocteles en el Nogal, el Country Club y Los Lagartos; el mismo que mató a cuatro integrantes del Secretariado de las Farc, terminó por cuenta de los trinos incendiarios de Uribe en una suerte de guerrillero enquistado en la Presidencia. Un "guerrillero" que, valga la pena recordar, el mismo Uribe había llevado al poder.
En su discurso —muy útil para sus fines políticos por demás— Colombia sería la próxima Cuba o Venezuela. Vendió miedo, y es ese sentimiento es el que hoy le da poder. En un país altamente conservador, con una pobre cultura política, con una memoria limitada y unos medios que convierten la política en espectáculo, el mensaje ha dado resultado. Para él y los suyos el pánico es su mejor aliado.
Por eso, nada mejor que llegue a buen puerto el proceso de paz. Se acaba con esa guerra que no le ha garantizado ninguna conquista a la sociedad, se desmoviliza la guerrilla y se le quita ese poder manipulador al uribismo y a la derecha que tiene anclado a este país a la premodernidad.
Pregunta: Si amenazar con una bomba falsa es delito, ¿no lo será amenazar con el cataclismo si no se llega al poder?
Su conocimiento de la mecánica interna de los medios, así como sus pronunciamientos explosivos no son argumentos suficientes para explicar por qué sigue siendo un personaje determinante para el país. Es más, sus posiciones radicales serían irrelevantes y no tendrían mayor eco en la cabeza de muchos ciudadanos si no fuera él quien los hiciera. Al fin de cuentas, no son las idioteces dichas por un cualquiera que las que digan Trump o Uribe.
Una explicación está en la fórmula neopopulista, usada por Uribe, Chávez, Correa, Morales y Kirchner en Latinoamérica. En Colombia, durante sus 8 años de gobierno, Álvaro Uribe hizo uso de un discurso personalista y paternalista; usó un discurso supuestamente escindido de las élites locales; polarizó el país al dividirlo entre "ellos", los terroristas, y "nosotros" la gente de bien.
Pero uno los motivos por los cuales él conserva buena parte de su poder podrían coincidir con aquello que lo hizo fuerte durante sus ocho años de gobierno: el miedo.
Desde su llegada a la Presidencia montado en una ola de indignación contra las Farc, Uribe se alimenta del miedo y a la vez lo alimenta. Por métodos distintos, la guerrilla y él han usado el terror como arma política. Mientras los guerrilleros pretendían desestabilizar el país y generar terror en la población con una serie de atentados contra la infraestructura, Uribe ha hecho pretendido desestabilizar al actual gobierno exagerando la "amenaza terrorista" e insistiendo en que los diálogos de La Habana buscan entregar a la guerrilla el poder.
Durante su mandato, las Farc fueron reducidas a simples "narcoterroristas" y las oenegés críticas a su gobierno y la oposición no eran más que "terroristas vestidos de civil". Con su excesiva aparición en medios, en un mar de profunda 'farandulización' del cubrimiento periodístico de la política, Uribe se consolidó con la imagen de un gran líder.
Habló duro en un país casado con la idea de que gritar es mandar. Insufló miedo a opositores, legales e ilegales, con las Fuerzas Militares y el DAS.
Aunque las cifras señalan que durante las últimas dos décadas el grueso de las muertes violentas del país proviene de las ciudades, que los principales responsables del desplazamiento fueron los paramilitares, él puso a las Farc en el primer lugar de la agenda. Eso sí, con su arma favorita: el terror. Vendió la idea de que la guerrilla estuvo por tomarse el poder y que fue él quien salvó al país de la catástrofe. De la hecatombe.
Una vez Juan Manuel Santos llegó a la Casa de Nariño y empezó a distanciarse (no hay político sensato que llegue al poder para ser la sombra de quien ya no lo tiene), Uribe ardió en cólera. Sin ningún atisbo de vergüenza señaló a Santos de traidor y sus seguidores acríticos compraron la teoría.
Cuando empezaron los diálogos de La Habana, sin conocer una coma de los acuerdos entre los negociadores, el uribismo dijo que Santos estaba preparando la llegada de la guerrilla al poder. Sí, Santos, el oligarca el de millonaria finca en Anapoima, el de los cocteles en el Nogal, el Country Club y Los Lagartos; el mismo que mató a cuatro integrantes del Secretariado de las Farc, terminó por cuenta de los trinos incendiarios de Uribe en una suerte de guerrillero enquistado en la Presidencia. Un "guerrillero" que, valga la pena recordar, el mismo Uribe había llevado al poder.
En su discurso —muy útil para sus fines políticos por demás— Colombia sería la próxima Cuba o Venezuela. Vendió miedo, y es ese sentimiento es el que hoy le da poder. En un país altamente conservador, con una pobre cultura política, con una memoria limitada y unos medios que convierten la política en espectáculo, el mensaje ha dado resultado. Para él y los suyos el pánico es su mejor aliado.
Por eso, nada mejor que llegue a buen puerto el proceso de paz. Se acaba con esa guerra que no le ha garantizado ninguna conquista a la sociedad, se desmoviliza la guerrilla y se le quita ese poder manipulador al uribismo y a la derecha que tiene anclado a este país a la premodernidad.
Pregunta: Si amenazar con una bomba falsa es delito, ¿no lo será amenazar con el cataclismo si no se llega al poder?
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