La salida de Dilma Rousseff de la presidencia brasileña en el marco del impeachment que se le adelantó en el Congreso de su país fue celebrado por algunos opinadores en Colombia. Ellos no tardaron en verlo como una muestra más de la inminente caída de la izquierda en la región. Algunos clamaron en éxtasis que este episodio era evidencia contundente del "fracaso de la izquierda". Con sus discursos amañados insisten en señalar a la izquierda como única responsable de los problemas que plagan a Latinoamérica y, de paso, niegan que la llegada de los gobiernos de Correa, Kirchner, Lula, Chávez y Evo fueron consecuencia de los olvidos, descuidos y manejos mañosos de gobiernos de derecha. Si bien es cierto que la izquierda en Argentina, Venezuela y Brasil se ha visto salpicada por casos gravísimos de corrupción, algunos analistas olvidan que ese es un mal endémico en toda la región. Según consta en una investigación de la Fiscalía, Cunha, primer y único político imputado en el
El vacío de poder es tan nocivo para los países como para quienes se ven forzados dejar el poder de lado. En las democracias los jefes de Estado suelen abandonar sus cargos con un aire taciturno y algunos incluso optan por el ostracismo. En otros casos, como en el de Colombia, los mandatarios salientes emprenden una carrera de odio. A los ojos de un lector desprevenido, la entrevista que le dio el expresidente Álvaro Uribe Vélez al diario El País es el llamado desesperado de un líder democrático a la comunidad internacional en contra de los acuerdos del gobierno de Juan Manuel Santos con las Farc. Un llamado urgente, una especie de epifanía de una casandra demócrata que ve ante sí el desastre de un país entregado a la guerrilla. Pero para un colombiano que ha tenido que convivir con la estigmatización a través de Twitter, con sus pronunciamientos irresponsables a los medios y desde el Senado, las palabras de Uribe son una muestra perfecta del cinismo de quien alguna vez dirigiera